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Riazor - Amaral

En media noche en el acantilado
yo llego tarde tu estas esperando
ya frente a las olas imaginando
como sería dar el salto.


Hoy hace mas de un millón de años,
nadamos en las playas de Riazor.
Agosto de calor, septiembre de tormenta.
Dos meses antes de que aparecieran 

aquellas manchas de marea negra
entre tu corazón y mi cabeza...


¿Qué ha sido de ti?
¿de aquella canción?

¿de las horas muertas en tu habitación?
¿Quien dijo que no perdería el control
cuando iba camino de la destrucción? 


Hoy vuelve a soplar ese viento del mar
que nubla la mente y la vista.
Prefiero saltar de una vez sin mirar
y quiero que tú me sigas

y quiero que tú me sigas.

Siempre fumando como una posesa
buscando vida en otros planetas.
Obsesionada con ir más allá
para alcanzar la emoción perfecta

¿Acaso solo yo me daba cuenta
de que en octubre llegaría lo peor?
Agosto de calor, septiembre de tormenta. 


Aun puedo ver a cámara lenta
aquellos días de marea negra
entre tu corazón y mi cabeza.


¿Qué ha sido de ti?

¿de aquella canción?
¿de las horas muertas en tu habitación?
¿Quien dijo que no perdería el control
cuando iba camino de la destrucción? 


Hoy vuelve a soplar ese viento del mar
que nubla la mente y la vista.
Prefiero saltar de una vez sin mirar
y quiero que tú me sigas
y quiero que tú me sigas...

Vivo, muero, espero...


Vivo en un infierno de hormigón robado al mar
donde el agua potable riega el césped 
forzado a crecer en la arena 
de un desierto maquillado y de una playa subyacente.


Muero en el centro histórico 
de una maravilla agotada 
por la especulación absolutamente despiadada 
con el beneplácito de una conciencia inexistente.


Vivo en el clasismo de quien acuña
la peor palabra para el otro
y se regodea como un cerdo opulento
mientras le llama mierda de gente.


Muero en las santas semanas con tribunas
de los pobres y los ricos separadas;
en las cabalgatas de reyes trasnochadas
donde hay niños que pagan por las gradas.


Vivo al lado de una cruz verde
que fenece a la sombra de Cervantes
que con una alfombra roja recubierto
acalla la basura que no agrada.


Muero mientras las fachadas se sujetan
por preservar una historia ya olvidada
y unos álamos perfectos se sofocan
mientras limpian el aire de rabia.


Vivo preguntándome quién mintió
cuando nombró a esta mujer como la bella
si lo que hay es solo una vidriera
regalada a un marqués que se recuerda.


Muero con una población necia
que repite sus errores en un ciclo
mientras mira hacia otro lado y se coloca
en su nicho y en su trozo de fascismo.


Espero con la inercia aún latente
de quién se resiste a vivir en esta farsa
y toma las calles y pelea
por demostrar que aún hay esperanza.

Estúpido

Somos estúpidos. Pero no creas que nos molesta, no. Somos felizmente estúpidos. Somos estúpidos por pura vaguería. Porque no nos compensa mover un dedo para dejar de serlo. Y miramos con la boca abierta a aquellos que parecen no serlo. Y ésos, para todos nosotros -estúpidos-, no son más que aquellos que "en procurarse lo que anhelan no tienen que invertir salud". Algunos incluso no tienen que invertir nada, porque ya estamos nosotros -estúpidos- para dárselo.

Eres estúpido (necio y falto de inteligencia). Lo eres y te lo crees. Y crees que un señor o señora que ocupa un sillón en un Ministerio no lo es. Da igual que no hayan tenido trabajo conocido. Da igual que hablen a duras penas su idioma. Tú, con todos tus títulos, eres estúpido. Y ellos no, porque "tú de eso no entiendes". Eres estúpido. Lo eres porque cuando lees esto y te ofendes me llamarás demagogo. Lo eres porque la explicación simple también te parece demagogia. Lo eres porque te crees que todo es complicado. Tremendamente complicado. Y ahí están los superhéroes para sacarte las castañas del fuego. Eres estúpido y te enorgulleces de tener un monarca a cargo de tus impuestos porque es un brillante embajador de España que es experto en... y lo eres porque de nuevo me llamarás demagogo, pero piénsalo: eres estúpido.

Somos estúpidos. Y lo somos porque creemos que lo que ponen en la tele es porque es lo que quiere la mayoría y no al contrario. Porque no nos damos cuenta de que hoy en día cuesta diferenciar un editorial de una noticia. Porque tenemos Internet y no sabemos informarnos. Porque estás viendo que se esfuerzan por limitarlo para seguir controlando la comunicación y no eres capaz de reconocerlo. Somos estúpidos. Somos estúpidos porque ahora me hablaréis de conspiraciones y demagogia de nuevo. Pero piénsalo: somos estúpidos.

Eres estúpido y frágil. Porque has aprendido las recetas de la demonización sin cuestionártelas. Porque ya te han escrito las palabras que debes odiar y las que debes querer y repites como un papagayo las anécdotas puntuales del los informativos en Agosto de cierta cadena de televisión. Catalanes, nacionalistas, terroristas, españolistas, embargo, hacer los deberes, ayudas, pederastas, chinos, invasión, inmigrante, radicales... Y consumes encuestas sobre el tamaño de tu pene o de tus tetas. Y te enorgulleces de estar informado. Estúpido. Estúpido porque estás dejando que deterioren aquellas palabras que intuyes que son problemas serios. Porque puedes mirar al futuro y no lo haces. Porque cambio climático, igualdad, cooperación internacional, refugiado, hambre, deuda externa... te parecen cosas de anti-sistemas, de hippies, de rojos, de verdes... Y sin embargo la corrupción ha campado entre la cotidianidad de tu vida y han conseguido que la valores; que admires a tu vecino porque sabe cómo defraudar a hacienda; que admires a un personaje televisivo porque tiene lo que ansías sin mover un dedo. Eres estúpido, porque te has creído que lo que ansías es lo que te enseñan, que no tienes tus propios sueños, que no tienes tus propias metas. Estúpido.

Somos estúpidos y egoístas. Porque nos parece que mirar la procedencia de un producto en la etiqueta es "pensar demasiado". Porque sabes que un producto importado barato no puede ser rentable a no ser que haya alguien explotado en toda la cadena (producción, transporte, distribución, venta, consumo) y aún así lo consumes. Porque te vale que "todos lo hacen" o "si no lo comprara estarían peor" como excusa. Eres estúpido porque han conseguido que pensar te sea incómodo.

Eres estúpido y manipulable. Porque un "kebab" y un "chino" te parece un negocio poco legítimo y deslealmente competitivo que arruina la economía local. Y sin embargo IKEA te ha dicho por televisión que es guay, romántica y emotiva y los chinos no y ya has aprendido a quién tienes que odiar. Porque Mercedes te ha dicho que tiene un nuevo coche para rebeldes. Rebeldes, dicen... eres estúpido.

Somos estúpidos y cobardes. Estúpidos porque a veces despertamos nuestras conciencias y te das cuenta de que las cosas no funcionan. Entonces miramos a nuestro alrededor y nos vemos solos. Y creemos que nadie comparte lo que pensamos. Y no lo decimos, por miedo a ser reprobados. Somos estúpidos.

Y sobre todo eres estúpido porque te han dicho y te has creído que no puedes hacer nada.

ESTÚPIDO.

Agobio

Me agobio. Intento escribir y no puedo. No me sale. Estoy escribiendo esto como si no saliera de mí. Me agobio. ¡Ayuda! No puedo escribir.

Don Elocuente y Don Silencio

Nadie sabía muy bien porqué, pero Don Elocuente apareció un buen día... apareció... callado. Y así seguiría para siempre.

Don Elocuente y Don Silencio tenían una nobilísima relación.

Don Silencio, tan comedido, tan reflexivo, tan silencioso y tan espiritual era el perfecto sumidero del torbellino de curiosidades desbordantes de las que Don Elocuente podía hablar.

Don Elocuente, tan curioso, tan parcial, tan observador y tan amigo de cada pequeño detalle del más mínimo paseo, comentaba entusiasmado cada descubrimiento, cada opinión o cada idea que se le ocurría.

Don Silencio, tan cerca de lo espiritual que ya no parecía humano, era el amigo por excelencia de una persona fuente de inquietudes, como era Don Elocuente.

Don Elocuente, tan charlatán en definitiva, era una gran fuente de conocimiento para Don Silencio, que observaba y absorbía y jamás se pronunciaba.

Vivían juntos cerca del cielo, quizá porque allí es donde se produce la fusión de las almas complementarias. Y despertaban por las mañanas, como hace todo el mundo, con los primeros rayos con la forma de la rendija de la persiana. Y soñaban, como todo el mundo también, con aquella idealidad a las que unos llamaban amor, otros llamaban Dios y, los más sabios, nunca se atrevieron a nombrar.

Y ante esta perfección extrema de comunión carnal y espiritual eran pocos los que se atrevían a juzgar o intentar dañar aquel equilibrio.

Así que el final llegó desde dentro. No era un día lluvioso ni hacía frío. No había humedad ni pájaros de mal agüero. No había gatos negros ni gitanas aireando males de ojo. Era, simplemente, un día.

Don Silencio le habló. Le habló por primera vez y le dijo:

- Don Elocuente, se acabó.

Mario frente al Mar

Se bajó de aquel coche y lo miró otra vez. Era una coraza. De nuevo, pertenecía a su imagen, como todo lo que venía repasando.
"Decía mi marido que el taxi era como una prolongación de su polla", recordó el diálogo de una película. ¿Sería acaso también aquel cochazo un intento de potenciar su virilidad? Y en el caso de potenciarla, ¿potenciarla ante qué o quién?...

Sin nombre. A Mario le gustaba que le llamasen Mar desde que tenía 18 años. Mar era un alejamiento de todo aquello que había detectado de frágil en Mario. Sonaba a nombre de chica, con lo cual podía despacharse con un interesante "es una larga historia" cuando los demás preguntaban. Su voz varonil acababa con todo resquicio de duda. Mar era un hombre. Un hombre... de verdad. Cambiarse de nombre, por muy cutre-snob que sonara éste, le permitía empezar a construir la maraña de personalidades que ocultaban quien realmente era. Ante todo, su imagen era la de un tío interesante.

Sin afecto. Ser el más guapo durante su infancia, su sonrisa perfecta durante su adolescencia y un poco más le abrían las puertas de, al menos, esperar que la gente se parara a hablar con él. Inquisitivamente la introducía como arma para el desarme en cualquier conversación. Sus diálogos pomposos y llenos de adverbios aquí y allá colocados y una seguridad pasmosa en un discurso vacío le valían el ser escuchado. Todo funcionaría mientras nadie supiera quién era realmente.

Sin seguridad. Pero el mejor cartón piedra se agrieta con la lluvia y, aquella fastuosidad rimbombante de favorecida genética empezaba a desquebrajarse. Y los ojos y la sonrisa quedaban, pero las pequeñas arrugas comenzaban a fragmentar tan bella vidriera. ¡Qué sería de él sin su imagen! Los 33 eran ya el momento de empezar a plantearse que aquellas derroteras sólo podían llevar a la construcción de un nuevo Él. Tendría que ser un madurito interesante que se cuida, al menos. El coche aún le servía. El discurso adverbial era aún pronunciable, quizá adornándolo con alguna noticia cazada al vuelo del informativo matinal...

Sin experiencia. Y con 33 años seguía estudiando y trabajando para aquel periodicucho de tres al cuarto. Cuando los demás le preguntaban que porque no había acabado la carrera, eludía el tema, cuando podía, o se llenaba la boca sobre las cosas interesantes que fingía hacer para construirse un brillante futuro. Solía decir que algún día él daría la campanada.

Sin verdades. Pero la gente le iba conociendo poco a poco. Mar les empezaba a sonar a nombre ridículo y las personalidades iban cayendo como fichas de dominó. Cuando la empatía de alguno de sus amigos o conocidos escarbaba un poco más allá de aquella enredadera de falacias se iba descubriendo a Mario. Un Mario sólo, asustado, inexperto e inseguro.

Sin contención. Y aquel amago de investigación sin maldad alguna de sus amigos le hacía rebotar contra ellos y apartarlos. O llamar estruendosamente la atención vociferando, acelerando su coche, demostrando qué él era un gran hombre que había que tener en cuenta.

Sin solución. Y concentrado en su próxima imagen, en el que sería a partir de ahora, volvió a verse en el espejo y sintió asco de aquel hombrecillo escondido y al que nunca había dejado brotar. Sintió asco de lo que era en realidad y pensó que era el momento de matar para siempre a Mario.

Y fue una pena, pues en un universo paralelo, hay una persona sincera, divertida, despreocupada y amigo de sus amigos, que se hace llamar Mario y que nunca se preocupó por ahogarse en un Mar de apariencias.

Jodido y malako inerte

Corre, corre, corre...

La música cruje y los cantautores que se odian
ya no saben con qué rosas llenar los jarrones.

Vuelve, vuelve, vuelve...

Que no quiero terminar
sin siquiera haber sabido empezar.

Siente, siente, siente...

Tu piel se enrojece al frotarse con mi barba,
pero la calmaré a besos.

Vive, vive, vive...

Que tienes aún una misión,
que aún... no has acabado conmigo.